Júlia Santacreu
Eran las tres de la tarde del 19 de septiembre de 2021 cuando La Palma comenzó a cubrirse de lava. El volcán Tajogaite entraba en erupción, marcando el inicio de un episodio que cambiaría para siempre el paisaje y la vida de la isla. Durante 85 días, la tierra rugió, y la erupción se convirtió en la más larga registrada en la historia de La Palma. En ese tiempo, mientras la roca candente se abría paso destruyendo casas y campos, los pilotos de drones del Instituto Geológico y Minero de España desempeñaron un papel fundamental al monitorizar desde el aire el avance de las coladas de lava.
¿Sabías que la lava es simplemente el magma que emerge del interior del volcán? El magma, una mezcla de rocas fundidas, gases y cristales, se origina en una zona llamada astenosfera, situada entre la corteza terrestre y el manto superior. Los principales componentes químicos del magma son el oxígeno y el sílice, pero también contiene hierro, magnesio y otros elementos. Una vez que este material emerge, la temperatura de la lava puede oscilar entre 800 y 1.200 ºC, lo que le permite fluir como ríos de fuego, llamados coladas.
La monitorización de los volcanes, especialmente durante una erupción activa, es un desafío tecnológico y científico. En el caso del Tajogaite, los drones se convirtieron en aliados imprescindibles. Estas pequeñas aeronaves no tripuladas son capaces de volar cerca del cráter y sobre las coladas sin poner en peligro vidas humanas. Equipados con cámaras de alta resolución y sensores térmicos, los drones permitieron obtener imágenes y datos en tiempo real. Esto ayudó a los científicos a analizar la temperatura de la lava, medir el grosor de las coladas y predecir su posible trayectoria.
Uno de los mayores logros de los drones durante la erupción fue la creación de mapas tridimensionales del terreno. Estos mapas son esenciales para entender cómo cambia la topografía de la isla con el paso de la lava y para planificar futuras acciones de emergencia. Además, los sensores térmicos en los drones ayudaron a identificar áreas de alta actividad volcánica que no eran visibles a simple vista, como fisuras ocultas o flujos subterráneos de lava.
La utilización de drones también supuso una revolución en términos de seguridad. Antes de su implementación, muchas de estas tareas se realizaban con helicópteros o incluso mediante observaciones directas desde el suelo, exponiendo a los expertos a riesgos extremos como gases tóxicos, temperaturas letales o derrumbes del terreno. Con los drones, se minimizó el riesgo humano y se maximizó la eficacia del monitoreo.
Hoy en día, los drones son una herramienta imprescindible para la vulcanología. Más allá de registrar imágenes espectaculares, su capacidad para recopilar datos precisos y en tiempo real los convierte en los ojos de los científicos en medio del caos volcánico. La erupción del Tajogaite no solo dejó cicatrices en La Palma, sino también un legado tecnológico y científico que cambiará cómo entendemos y enfrentamos los volcanes en el futuro.